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Fuente: Clarín, Buenos Aires, 28 de octubre de 2016
Fue una pintora pionera de naturalezas muertas.
La muestra de Clara Peeters, la primera dedicada a una mujer en la pinacoteca española, tras siglos de marginación.
Hace cincuenta años, unos bodegones del siglo XVII colgados en El Prado sorprendieron a una pareja de estadounidenses aficionados al arte de paseo por la capital española. Lo que más les intrigó de esas pulcras naturalezas muertas, pintadas con realismo detallista, fue la firma de una mujer, insólito en el arte de la época. La muestra “El arte de Clara Peeters”, que acaba de abrir en El Prado y hasta el 19 de febrero puede verse, es la primera exposición que la pinacoteca madrileña, en sus 197 años de existencia, dedica a una mujer pintora. Un dato insólito que corrobora –y repara por la parte que le toca– el secular arrinconamiento de las artistas.
Según el comisario de la exposición, Alejandro Vergara, preparar la muestra implicó una investigación casi detectivesca cuyos frutos resultaron limitados respecto a la biografía de Clara Peeters pero fascinantes en lo que se refiere a su obra, y al contexto social y cultural en que la produjo.
El punto de partida era el de un desconocimiento casi absoluto sobre una pintora a la que se atribuyen sólo 40 cuadros –cuatro de ellos originariamente en El Prado–, de los cuales los 15 mejores integran la exposición. Según Vergara, “la mayor parte” de los datos que aún hoy podemos hallar de la propia Peeters y de otras pocas mujeres artistas de entre el XVI y XVII –casi todas hijas de pintores– son “erróneos” o por lo menos dudosos. De ella sabemos que su primera creación conocida data de 1607 y la última, de 1621; que nació en torno al 1588 o 1590 y que pintó para la aristocracia, con un pico de actividad en los años 1611 y 1612. Pero por la amplia distribución de su obra en Europa, es probable que trabajara de manera “altamente profesional” y exportara piezas a través de marchantes.
La obra de Peeters indica que fue una pionera en el campo de la naturaleza muerta, en el que es probable que se refugiara ante las limitaciones y los condicionantes sexistas que, entre otras cosas, impedían a las mujeres aprender las técnicas del dibujo anatómico a partir de modelos desnudos. Dentro de esa especialización en la pintura de bodegones con alimentos cocinados o a punto de echar a la cazuela, a Peeters se atribuyen los primeros que tienen como base el pescado: tema idóneo cuando los días de ayuno de carne podían llegar a tres por semana.
Pescados, mariscos, dulces, alcachofas y aves de caza, todo ello reservado a las mesas de la más alta alcurnia; copas, jarras, saleros y cuchillos de materiales siempre nobles y caros; manteles bordados en los mejores telares del mundo y hasta mesas de madera con calidad acreditada a través del sello de fábrica aparecen en los cuadros de Peeters con una precisión fotográfica. La artista no fue inscrita en el gremio de pintores de Amberes, pero hay un documento que la cita como artista de esa villa y seis de las tablas que empleó en sus cuadros tienen marcas que los sitúan allí.
Pero el realismo de la flamenca no es rutinario. Primero, rompe con la tendencia idealista del Renacentismo y en ese sentido señala a la pintora como una “vanguardista” que fue “a contracorriente”, destacaba ayer el curador. Además, ejecutó cada obra con un esmero extraordinario en la composición. Nada queda al azar en sus cuadros.
Peteers incluyó numerosos y minúsculos autorretratos –unas veces mostrando sólo la cabeza pero otras de medio cuerpo e incluso con pincel y paleta– en las superficies de las copas o las tapas de las jarras. Era, creen los expertos, su forma de asegurarse un mínimo reconocimiento.
Otro elemento de reivindicación de sí misma en un entorno que negaba toda visibilidad a las artistas es la presencia, en gran parte de las pinturas, de un cuchillo de plata rotulado con su nombre. Por entonces, este cubierto no se ponía en las mesas de comidas sociales, sino que eran los invitados los que tenían que llevar cada cual el suyo. La inscripción de un nombre en el cuchillo solía reservarse a su entrega como regalo de boda. Pero este es el único e insuficiente indicio de que la protagonista de la muestra de El Prado pudo estar casada. El Prado levantó ayer en parte el velo que cubría a Peeters y, en general, a las mujeres artistas. El Prado confía en que la muestra sirva para sacar a luz otros cuadros hasta ahora desconocidos de la misteriosa pintora de Amberes.
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