Ensayo filosófico. Risco Fernández explora la figura del cineasta sueco a partir de los temas teológicos que aborda hasta 1966 con “Persona”.
"Persona" de Ingmar Bergman |
Por Pablo Capanna
Revista Ñ, Clarín, Buenos Aires 10 de marzo de 2015- Desde que fuera descubierto por los críticos rioplatenses, aun antes que los europeos, Ingmar Bergman se ganó un lugar de privilegio en el canon de los grandes creadores del cine. Durante el resto del siglo el maestro sueco siguió desplegando su inagotable creatividad y el trabajo crítico que inspiraba su obra nunca dejó de crecer.
Ernst Ingmar Bergman.Una aproximación filosófico-teológica a su mundo iconográfico nos permite acceder a eso que germinaba en sus primeros textos de La Gaceta y acabó por ser toda una exégesis filosófica, hecha con gran riqueza de lenguaje. Si el lector se anima a sortear los alambrados académicos y acepta frecuentar esas líneas de pensamiento que solemos ver como carriles distintos, no dejará de valorar sus análisis, aun cuando no comparta sus conclusiones.
El resultado es un libro o quizás varios, porque bucea en distintos géneros, que tiene una peculiar historia. El autor había estudiado teología en Salamanca, y la dictadura le quitó su cátedra de filosofía medieval. Durante esos años difíciles, se aferró a Bergman y lo tomó como pretexto para volcar las reflexiones que no podía expresar en el ámbito académico. No nos sorprendamos, pues, si allí donde los críticos suelen alardear de erudición filmográfica, el filósofo convocaba a Dostoievski, Pascal y Kierkegaard.
Ingmar Bergman |
A la hora de rescatar aquellos textos, los editores prefirieron respetar su estructura arborescente y algo caótica, que por momentos se pregunta por la futura evolución de Bergman. Nos informan que del resto de la obra bergmaniana, que incluye títulos capitales aparecidos entre 1967 y 2003, se ocupará la segunda parte de estos ensayos, aún en preparación.
El Bergman del que aquí se trata es el de la etapa existencialista, con énfasis puesto en una trilogía (Detrás de un vidrio oscuro, Los comulgantes, El silencio) que culmina con Persona (1966). El autor disiente con la imagen del Bergman ateo y nihilista que esbozó tempranamente la crítica y ayudó a consagrarlo como una suerte de teólogo de la muerte de Dios. Lejos de reducir, como es habitual, esa temática a los conflictos de Bergman con su padre clérigo, Risco Fernández resalta los temas teológicos que asoman casi explícitamente en esta etapa y esboza una progresión dialéctica que vincularía a las obras entre sí. Sagazmente, el filósofo se pregunta por qué el Medioevo bergmaniano, lejos de ser épico o caballeresco, evoca siempre los pavores del siglo XIV. Se diría que el cineasta apuntaba, certeramente, a esa crisis que precedió al alba de la modernidad, y lo hacía desde la perspectiva de un tiempo que ya mostraba los comienzos de su ocaso.
El cine de hoy ha logrado sobrevivir a todas las agorerías, al precio de tener que integrarse a la industria del maíz inflado, de modo que los tiempos han dejado de ser propicios para aquellas reflexiones que el cine heredaba de la gran novela moderna. Pero me atrevo a decir que se seguirá hablando de Bergman cuando todos se hayan olvidado de esas secuelas, precuelas y óscares que hoy convocan multitudes. Este libro puede ayudarnos a entender por qué.
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