Retumba la tierra
Se distingue entre la
gente / y retumba la tierra / si se pone incandescente entre las piernas. (Marea, Incandescente).
En
el pueblo se decía que cada vez que Malena tenía sexo, ocurría un terremoto; tan
grande y tan poderosa era su pasión. Y se decía que lo del terremoto no era
metáfora, exageración o mito. Cada vez que Malena tenía sexo, la tierra se
movía; a veces, con resultados fatales.
Los
amantes de Malena juraban que no podía ser casualidad. Juraban que Malena era
capaz de provocar terremotos y quién sabe cuántas cosas más. Y los hombres que
aún no habían pasado por la cama de Malena hacían lo imposible por lograrlo,
aunque corrieran el riesgo de morir sepultados por los escombros de un techo derribado
por la voluptuosidad de la mujer maldita.
Porque
Malena se sentía maldita. Malena, además de carne extraordinaria, tenía un
corazón de persona normal, un corazón que se conmovía hasta el encogimiento
cada vez que un terremoto, en especial si era uno de los suyos, destrozaba una
casa o una vida. Y entonces, Malena lloraba. Y cuando lloraba, Malena se volvía
hermosa, tan hermosa como cuando reía. Y siempre había un hombre dispuesto a
abrazarla, a acariciarle el pelo, a besarla. Y luego, otro terremoto.
No
se sabe si fue una idea del sacerdote ultra conservador de la Iglesia del
Sufrimiento Eterno o de alguna de sus feligresas, pero pronto estuvieron todos
de acuerdo. O eso aseguraban. “Las mujeres promiscuas provocan terremotos”,
sermoneó el sacerdote desde el púlpito, siguiendo una lógica que entendía
solamente él. “Hay que acabar con las mujeres promiscuas para que la tierra
deje de temblar”, continuó, y todos supieron que las mujeres promiscuas eran sólo una. Se armaron con palos y
piedras y a puro golpe destrozaron, de ser eso posible, la hermosura de Malena.
Y
un minuto después, un terremoto derrumbó, al mismo tiempo, medio pueblo y la
teoría sobre la culpa de la sexualidad viva de Malena.
Malena
lloró. Lloró de dolor, dolor de cuerpo y espíritu apedreados. Y lloró de pena,
porque el último terremoto no había dejado casi nada en pie.
Un
hombre se acercó y le acarició el pelo; Malena, por primera vez, se alejó. Ése
no era hombre para ella.
Y
lloró un rato más, lloró de alivio, porque ella podía provocar muchas cosas, y supo,
finalmente, que ninguna de esas cosas tenía algo que ver con la muerte.
Gilda
Manso nació el 23 de abril de 1983 en Lanús, Buenos Aires, Argentina. Es
escritora y periodista, graduada de la Escuela del Círculo de Periodistas
Deportivos. Trabaja como redactora, correctora y cronista en medios gráficos y
digitales desde 2004.
Relatos
de su autoría fueron publicados en antologías, numerosas revistas y blogs
literarios, y parte de su obra fue traducida al francés, al italiano, al alemán
y al inglés.
Desde
el 2011 organiza el ciclo de lecturas de cuentos Los Fantásticos, que se
realiza una vez por mes en las librerías Mendel y La Libre.
Su
micro-ficción “Relincha el cielo” resultó ganadora del VIII Premio
internacional de Relato mínimo Diomedea (España, 2009); su cuento “Eso” se
encuentra entre los diez finalistas de XVI Concurso de Cuento Leopoldo Marechal
(Argentina, 2009), y su cuento “Hermandad” obtuvo el 2º lugar en el XVII
Concurso de Cuento Leopoldo Marechal (Argentina, 2010). Otro de sus cuentos, “Temporada de
jabalíes” obtuvo el 2º lugar en el I Concurso de Cuento de Grupo 23 (Argentina,
2012).
Email: gildamanso@gmail.com
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