HÉCTOR ÁLVAREZ CASTILLO: tres relatos de Metamorfosis (2005)


Sobre la obra de Héctor Alvarez Castillo escribe Pablo Martínez Burkett, autor de Forjador de Penumbras (2012):
"Si nos fuera permitido hacer un cóctel con las diferentes acepciones que el Diccionario Real de la Academia Española confiere a la palabra profesión, tendríamos que es una creencia o confesión, pero también un arte, que se ejerce de forma continuada y perseverante. Estas son las notas específicas que distinguen al escritor profesional del escritor aficionado. El escritor profesional es un alquimista que sabe extractar en una palabra aquello que no es palabra y recombinarlo para evocar una memoria compartida. El escritor aficionado se extravía con las palabras, las superpone, alardea una frívola erudición. O solecismos imperdonables. Por el contrario, Héctor Álvarez Castillo es un escritor profesional. Su prosa es medida, rigurosa, exacta, musical. Sus textos amonedan una nostálgica belleza, una cadencia de cristales rotos. Sus afligidos personajes enfrentan la inminencia de lo irreparable con la templanza de lo que ya no importa. Porque no se merece o porque es tarde. Frente a tanto imprudente suelto, que se jacta vanamente de su no menos vana obra, HAC es un escritor que hace profesión de fe de su escritura, con la tenacidad de los locos, la devoción de los soñadores y la humildad de los santos. Y por esa simple razón, es un placer leerlo."



Éxodo

No las necesito —dije yo—, el viaje es tan largo que moriré de hambre si no consigo algo en el camino. No hay provisiones que puedan salvarme. Porque se trata, afortunadamente, de un viaje en verdad inmenso.
Mi destino         
Frank Kafka
Estamos perdidos.  Fue un largo día de lluvia lo que nos hizo difícil andar por las calles.  Sólo llevábamos con nosotros algo de equipaje rescatado de las madrigueras.  Éramos muchos, pero la historia siempre es la misma: podíamos empezar por cualquier sitio que la narración se iba semejando palabra tras palabra, línea tras línea.
Dormito a ratos y, cuando despierto, deseo hablar y no sé con quién hacerlo.  Tengo cosas que confesar y el estado en el cual vivo no me permite intentar más que algunas sílabas, me siento impedido para tener otros pensamientos.  Ellos deben ser presas de reservas similares, padecemos eso como si esta condición no nos incumbiera, todo lo que acaece parece suceder fuera de nosotros, ajeno a nuestro dominio.  Podremos esmerarnos en hallar una explicación superior a ésta que tenemos, pero eso es otro asunto, nada de lo que intentemos cambiará la verdad y en nuestro interior sabemos que esta justificación, si no estaba en los libros, al menos la hemos oído en una función de teatro, visto en alguna película.  Aún no tuvimos ocasión de discutir cómo se gestó, qué generó este escenario, pero intuimos que sobrarán las horas para deliberar acerca de estas cuestiones.  Éste no es el momento; el día llegará y seremos menos.  Los meses de frío, con el viento que nos congela las narices y esta comida que nos da hipo, harán el resto, sin que nuestra voluntad tuerza la fatalidad sobre la cual hoy se desliza nuestra existencia.
Estornudé toda la tarde, otros a mi alrededor hicieron lo mismo.  Lo extraño fue que sin conocernos nos saludábamos con afecto; perro que en un baldío mueven la cola, que ahuyentan el peligro y echan uno a la par del otro para conservar el calor. ¿Será esta aflicción inmensa lo que nos persuade a intimar entre desconocidos?
En el futuro si levantamos la frente ya no será en señal de orgullo ni por antiguas costumbres.  Quizá a partir de mañana iremos transformando ese pasado, sus símbolos y sus gestos, y el recuerdo de hoy será un recuerdo más.  Debimos estar preparados para esto.  Lo que sucedió es lo que presentíamos hace años; las revistas y periódicos venían anunciando los cambios, los oíamos, podíamos hacernos una idea, pero confiábamos en que ese destino aciago se diluiría como un licor en la sangre.
Ahora es tarde, en realidad fue tarde desde que apareció la televisión.  Con ella se apuraron los tiempos, el camino se dirigió a un vasto precipicio.  Yo lo dije en una reunión de amigos; ellas no estaban, se habían quedado en las casas junto al fuego, tenían libros, libros propios, cuadernos de notas, apuntes.  Tiempo atrás habían comenzado a leer  Es cierto que después de las jornadas se acostaban a nuestro lado para descansar, pero ya no se abrazaban a nuestros cuerpos como antaño.
Poco significativo es este relato, es hablar del ayer, de una sucesión de hechos que se ha desencadenado y que es imposible hacer regresar a un punto donde ni siquiera podíamos imaginar esta situación.  Nos han echado, una tras otra nos han echado de sus hogares, no soportaban más nuestras palabras, nuestros gritos, nuestro malhumor, no soportaban más aquellos hábitos que un día nos erigieron majestad.  Se han quedado con lo que era de ambos.  Ahora buscamos asilo.  Los hijos varones marchan a nuestro lado.  Temen que cuando crezcan sean como nosotros y, en prevención, los han mandado tras de sus padres, de sus hermanos mayores, de los abuelos que quedaron en las casas, de aquellos que permanecen ocultos en una ajustada habitación.  No creemos que esto sea lo correcto, pero debemos acatarlo; ellas tienen el poder y no titubean, no han titubeado antes.
 Palermo, enero de 1994

Topología celeste


  Los Teólogos equivocaron la ubicación del cielo, del purgatorio y del infierno. Error difundido por superstición, prejuicio o costumbre que la Fe jamás se atrevió a corregir. Esta histórica y humana tergiversación del Credo expresa que el purgatorio se halla entre el cielo y el infierno, y que es el sitio al cual se retiran las almas para sanarse, no por castigo, acción que sí acaece en el lugar que en nuestra lengua lleva nombre similar al de enfermo y que Dios, con delicadeza, creó para ese fin. No siendo la ubicación del purgatorio la que hasta hoy se consideraba como auténtica, se percibe que en realidad a las puertas del cielo está el infierno y que, entonces, sólo y tan sólo debajo de él —por designar alguna determinación física accesible al entendimiento humano—, se encuentra el purgatorio. Los que no logran permanecer en el cielo caen abruptamente al infierno, arrastrando con ellos piedras y otras molestias que no son más que obstáculos, memoria y tormento para esos desgraciados. Ellos saben que desde cualquier punto de las galerías del infierno se contempla el infinito cielo, y esto los abisma hasta el horror, horror que ni la Santa Inquisición fue capaz de atisbar. Del purgatorio, algunos místicos han divulgado —tal vez presos de conducta herética— que por él no se va hacia ninguna parte; pero, merced a la ciencia y con una mano puesta sobre el corazón, debo confesar que es casi seguro que esto no sea motivo que interese ni a los del cielo ni a los ímprobos del infierno.


Palermo, septiembre de 1994

 
Paco

  Dormir con una mujer es vivir el peligro de que se alce en el silencio y que nos encuentre indefensos y aletargados ante esas frágiles manos. Peor es abandonarse al sueño sin que ella haya llegado al lecho, algo común para los hombres que se adueñan de muchas y raramente duermen solos. Pocos deben darse cuenta de lo inermes que están semidesnudos y rendidos ante aquélla que tantas injurias y malos recuerdos atesora. En un instante puede decidir lo más avieso y el cuchillo de la última cena penetrar el cuerpo caliente e inmóvil, o un golpe fuerte y sordo estrellarse contra la cabeza desvanecida a un lado de la almohada. Una cuerda que se cierra, la garganta de un ahorcado, la entrega a un adversario anónimo, nacen de un simple arrebato. También es concebible atravesar con una flecha el rojo corazón tantas veces amado y dicho con sensual delicia. Pero una flecha lanzada desde cerca es una señal demasiado fugaz, se necesita mayor distancia para apreciar la belleza en su curso raudo y homicida. Formas distintas, tan eficaces y breves, algunas gracias a un solo pero intenso dolor, y luego la mirada fija e impotente, y el golpeteo acelerado y final antes del largo viaje. Sin pensar siquiera en un disparo, vestigio horrendo y vulgar.

  Paco, sin duda existen muchas imágenes de venganza femenina, de discreta revancha contra el tirano dominio de tus fuertes brazos. Llenar tu boca con las hojas de un árbol que te fue consagrado, dejar que entre en el sueño un salvaje jabalí y que la bestia destroce tu cuerpo. Pero no, Paco, tú sabes que eso no se puede hacer y que tus manos no son tan diestras como las de Atis, que dejó la vida con un gesto casi viril. No, Paco, no... Emascular tu sangre tal vez sea un poco más doloroso, pero no vas a morir y el resto sólo te será más arduo.

Almagro, diciembre de 1991
 
Héctor Älvarez Castillo
Argentina (1961)
Héctor Alvarez Castillo nació en Buenos Aires en 1961. Entre sus principales obras se encuentran: “El faro de la tempestad y otros poemas” (poesía, 1991), “El prisionero. Historias para una puesta teatral” (teatro, 2003), “Camino a Babel. Conversaciones con Jorge Luis Borges y otros textos sobre literatura” (ensayo, 2004), y las colecciones de cuentos: “Metamorfosis” (2005), “Gerstrauss o el Amor” (2009) y “Naif. Del Juego a la literatura” (2013). Ha prologado y compilado: “Los Vampiros no nos dejan dormir” (2009) y “Cuentos de la Noche (2009). En 2006 Ediciones de la Gente publicó “Mosaico Literario”, una antología de su obra. Kopitl, de México, ha editado la plaqueta “En dos tierras” (2011), que reúne cuatro textos ficcionales que integran “Naif”.
  Colaboró con los suplementos culturales de los diarios La Prensa y La Nación, de la Ciudad de Buenos Aires. En los últimos años sus escritos se han divulgado en las revistas “Proa en las Artes y en las Letras”, “Magma” y “Algarabía” (México), y los periódicos La Capital, de Mar del Plata, y El Comercio, de Asturias, España.

  En teatro: “El Prisionero” recibió el Premio Bululú (Temporada 2008/2009), a la mejor obra dramática.
  En el año 2011 se le concedió el Premio de Poesía “Alejandro Roemmers”, que otorga la “Fundación Victoria Ocampo”, por el libro: “La palabra es deseo, y otros poemas”.

  Su obra ha sido traducida para “Harper´s Magazine” (USA), “Cultures & Conflicts” (Francia) y “Giorni” (Italia).

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